Salpicado de pensamientos inmortales, tratando de pasar por la puerta que se tuerce, baila y me esquiva.
Sucio por las arenas de un reloj nocturno, escapando a duras penas de los fantasmas de la fogata.
El verde fluir en las venas, del dulce porvenir de una noche olvidada a la fuerza.
Encanto en la boca de ella, dos ciegos tanteando con las lenguas, pintando los dientes del otro.
Tan grande y extraño me siento, en el reflejo del espejo con las estrellas gritando neuróticas.
Superar el ansía y la mentira, apartándome de las sombras humanas que imitan el baile pagano una vez tan adorado, convertido ahora en ataques espásticos sin gracia.
Y acallar la música que sale de las profundas cavidades de mi mente, cuando el quilombo se hace tan intenso que mi mirada se pierde.
A encontrar la razón por la cual el sol se hundió en una agujero detrás de Japón y decidió negarse a salir cuando sonó su canción.
Diluir la bebida en la copa que ella robó de la Iglesia de su novio, la burbujeante cualidad me hace sospechar de las tragicómicas consecuencias si elijo tomarla.
Tocando una nota repetitiva en el piano, cada vez que suena, una telaraña se agita, obstaculizando el asesinato sagrado de una mosca en las garras de una araña en celo.
Terminando en las arenas de cristal, todo empapado de una nocturna lluvia astral, la glándula pineal cansada de llorar.
El instante, oscuro y engañoso, el génesis, las huellas en la arena, lo arquetípico en lo misterioso, aferrándome a una palabra nueva, frente al mar silencioso.
-Alan
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